lunes, 10 de septiembre de 2007

Prison Break

Atrapados. Sin salida. Prisioneros inocentes de aquella camisa de fuerza y aquella celda.
El calor sofocante los asfixiaba.
Encerrados como estaban, eran ahorcados por el cuello con una brutalidad inhumana.
Intentaron escapar. Una y otra vez, revolviéndose sobre sí mismos, frotando sus cuerpos contra las paredes de su celda, golpeando una y otra vez. Pero no había caso.
El calor comenzaba a hacerse cada vez más insoportable, y las fuerzas los estaban abandonando.
Decidieron aliarse, complotarse contra su enemigo común. Los dos. Uno por la derecha y el otro por la izquierda. Empujarían juntos.
¡Uno…dos…tres! Pero era imposible. La camisa era demasiado fuerte para ellos
Quisieron gritar, lo desearon profundamente, pero era una lucha perdida de antemano.
Aceptaron, entonces, la terrible realidad. Habían perdido.
Se rindieron. Y quedaron inmóviles. El sueño iba apoderándose de ellos.

Pero de pronto, un movimiento, una sacudida.
La cárcel tembló, y el prisionero de la derecha pudo sentirlo. La tensión en su cuello desapareció de pronto, y una suave brisa le erizó los pelos.
La camisa se había aflojado. No sabía cómo, pero el temblor la había hecho ceder. Ahora podría escapar.
Se retorció, empujó, pateó, luchó, y finalmente fue libre.
Sólo le quedaba arrastrarse por fuera de la cárcel. Pero eso sería pan comido.
Estaba por salir cuando recordó a su compañero. Su camisa seguía fuertemente ajustada, pero desde afuera fue mucho más fácil hacerla a un lado.
Y con unos sutiles movimientos ambos estaban afuera. Libres.

A las cuatro y media de la mañana el frío lo despertó. Rodrigo tenía los pies totalmente destapados. Volvió a meterlos bajo las sábanas y siguió durmiendo. Ya mañana buscaría las medias.