La mujer era la personificación de la experiencia.
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Cargaba con el peso de los años en el rostro, llevaba en la piel el aroma a primavera en la campiña y en sus manos, vestigios del esfuerzo y el trabajo. Habían recorrido sus pies interminables caminos y visto sus ojos incontables paisajes. Sus palabras eran el conocimiento en estado salvaje y sustentaban la imagen de sabia que reflejaba su figura y, aunque anciana, no mostraba signos de debilidad, al contrario, se mantenía firme, erguida.
A su alrededor había crecido la vida, apoyándose sobre ella, nutriéndose de su fuerza vital.
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Parecía no haberse enterado de que el mundo había cambiado, que su época había pasado, y que la felicidad se había esfumado con ella. Allí sola, en un rincón inexplorado del mundo. Lejos del ruido de la civilización, de la contaminación, del apuro, de la violencia y la discriminación. Lejos de todo lo que conocemos.
.Y feliz.